“Cuentan viejas historias que hace miles de años, en tiempos muy remotos, la vid no producía ningún fruto; era una planta estéril. En vista de ello, el campesino dijo un buen día: -Vaya cortar esta planta, porque no sirve para nada. Y, efectivamente, al llegar la primavera, cortó todas las ramas dejando sólo un abultado muñón. Al verse desnuda, la vid empezó a llorar amargamente, destilando lágrimas de las ramas cortadas y lamentándose con pena. ¡Ay, pobre de mí, qué desgraciada soy!- decía. Sin embargo, la verdad es que nadie escuchaba ni sus lamentos ni su llanto. Todos los árboles y las plantas estaban atentos sólo a los trinos del ruiseñor que, al oscurecer, empezaba a cantar de modo maravilloso en la enramada junto al río. ¡Qué pena! -se dijo la vid al escucharle-. Si este pajarilla me ayudase a llorar, bien pronto renacerían mis cepas y mis pámpanos. Preocupada con esta idea, cierta noche, al fin, llamó al ruiseñor y le dijo con voz quejumbrosa y dolida: -Oye, hermoso pajarito,
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